Rafael Gumucio acertó con el título de este libro -Historia personal de Chile-, pues de un novelista, de un ávido lector de ficciones, no podía esperarse otra cosa que una versión libre, desenfadada y llena de imaginación de nuestros cinco siglos de historia, desde la Conquista española hasta el presente. Para los lectores jóvenes, seguramente el encuentro con esta obra se asemejará a un respiro, a un abrir ventanas: mientras la escritura rigurosamente historiográfica retrocede –escritura de enorme atractivo pero también de enorme seriedad-, la escritura ensayística entra en escena, con todo lo que ella pueda tener de antojadizo y arbitrario, pero también con su gran dosis de creatividad y apertura y de capacidad para poner en movimiento aquello que, por costumbre o pereza, nos parece cerrado o terminado para siempre. La de Gumucio es buena literatura, qué duda cabe.
Rafael Gumucio acertó con el título de este libro -Historia personal de Chile-, pues de un novelista, de un ávido lector de ficciones, no podía esperarse otra cosa que una versión libre, desenfadada y llena de imaginación de nuestros cinco siglos de historia, desde la Conquista española hasta el presente. Para los lectores jóvenes, seguramente el encuentro con esta obra se asemejará a un respiro, a un abrir ventanas: mientras la escritura rigurosamente historiográfica retrocede –escritura de enorme... Seguir leyendo
Historia personal de Chile. Los platos rotos.
Antes de que Chile fuese un sustantivo ya era un adjetivo. Un adjetivo peyorativo. A Diego de Almagro y sus hombres en el Perú los llamaban, despectivamente, “los de Chile”, es decir, los que en la búsqueda sin cuartel de poder y de oro habían perdido su dignidad y su fortuna más al sur, detrás del desierto y las montañas.
A Diego de Almagro –un manchego gordo y tuerto- la fiebre de Chile le vino a los 56 años. Viejo, colmado de riquezas y de bastardos, lo dejó todo por casi nada. Les creyó a los indios que hablaban de imperios de oro en el sur, más al sur, de donde nadie venía y adonde nadie iba. Es probable que los hermanos Pizarro quisieran sacar ventaja de su credulidad.