La casa infinita

A Leo le encantaba salir a pasear los domingos por la mañana temprano. No había casi nadie en la calle, y solía imaginar que el mundo estaba medio vacío. «Sería estupendo que hubiera tan poca gente», pensaba, «así habría comida y casas de sobra para todos. No habría robos, ni peleas, ni colas, ni guerras...». Paseando sin rumbo fijo, llegó a la parte antigua de la ciudad.