El título de la novela sugiere una voz protagonista, cercana pero no partícipe directa en la guerra. Es la voz de Francisco Estévez, un adolescente que, terminada su escuela secundaria deja el pueblo de Lincoln y vuelve al campo con su familia, mientras espera su incorporación al servicio militar. La Guerra de Malvinas ha terminado y Francisco, que en algún momento idealizó la posibilidad de combatir en la misma, es destinado a la sección enfermería de la Base Naval de Puerto Belgrano.
Allí se encontrará con soldados de la guerra, afectados y amputados en más de un sentido (amputaciones físicas, psíquicas, de vida). Sus contactos con estos sobrevivientes y con la atmósfera y el estilo de los militares que decidieron sobre esa juventud sometida al crimen de la guerra, lo harán crecer de modo decisivo en su camino a la juventud.
El título de la novela sugiere una voz protagonista, cercana pero no partícipe directa en la guerra. Es la voz de Francisco Estévez, un adolescente que, terminada su escuela secundaria deja el pueblo de Lincoln y vuelve al campo con su familia, mientras espera su incorporación al servicio militar. La Guerra de Malvinas ha terminado y Francisco, que en algún momento idealizó la posibilidad de combatir en la misma, es destinado a la sección enfermería de la Base Naval de Puerto Belgrano.
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Nunca estuve en la guerra
Después de terminar la secundaria en 1981, no tenía excusas para vivir en el pueblo y tuve que volver al campo que mi familia arrendaba desde tiempos inmemoriales –es decir, desde antes de que yo naciera- en el partido de Lincoln. No trabajaba ni estudiaba porque tenía frente a mis ojos ese gran frontón, ese muro negro por cuyas hendijas apenas si podía ver el misterio del futuro que me esperaba: el servicio militar. El gran muro.
En el sorteo para decidir a qué fuerza sería destinado, me tocó un número alto, el 940. Número de Marina, y más exactamente de la Infantería de Marina.
La Marina hacía cinco llamados por año: febrero, abril, junio, agosto, octubre. Un llamado cada dos meses.
Llegó febrero con sus tormentas súbitas de vientos fuertes y el sol sobre la alfalfa florecida y la quinta poblada de sandías y zapallos; llegaron los higos maduros y las chapas del granero ardiendo a la hora de la siesta, pero no llegó ningún telegrama de los cuarteles. Vida en suspenso.