Julio Verne conoció un tiempo -segunda mitad del siglo XIX- en el que el proceso de tecnificación y el progreso tecnológico habían alcanzado unas cimas impensables apenas unas décadas antes, lo que generó unas expectativas tan optimistas como hilarantes. El propio autor dedicó su obra a fabular sobre las fantásticas posibilidades de esa vida futura, aunque también tuvo la feliz ocurrencia de parodiar los excesos de la confianza ciega en la técnica en detrimento del factor humano, imperfecto pero dotado de emoción y conciencia. Así ocurre en esta breve narración en la que encontramos la mofa de un periodismo convertido en un poderosísimo lobby acrítico movido en exclusiva por el afán de lucro, una redacción de noticias donde la producción laboral semeja la serialización de una cadena de montaje. ¿Fue Verne un visionario? Que el lector decida si las ilusiones del progreso han devenido en distopía o no.
Julio Verne conoció un tiempo -segunda mitad del siglo XIX- en el que el proceso de tecnificación y el progreso tecnológico habían alcanzado unas cimas impensables apenas unas décadas antes, lo que generó unas expectativas tan optimistas como hilarantes. El propio autor dedicó su obra a fabular sobre las fantásticas posibilidades de esa vida futura, aunque también tuvo la feliz ocurrencia de parodiar los excesos de la confianza ciega en la técnica en detrimento del factor humano, imperfecto pero dotado de... Seguir leyendo
La jornada de un periodista americano en 2889
Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de una magia permanente, sin que parezcan darse cuenta. Hartos de maravillas, se muestran fríos ante todo lo que el progreso les trae cada día. Todo les parece de lo más natural. Si la comparasen con el pasado, apreciarían mejor lo que es nuestra civilización, y se darían cuenta del camino que ha recorrido. ¡Cuánto más admirables les parecerían nuestras ciudades modernas, con calles de cien metros de ancho, casas de trescientos metros de alto, con la temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches y de aerobuses. Comparadas con estas ciudades, cuya población puede llegar a los diez millones de habitantes, ¿qué eran aquellos pueblos, aquellas aldeas de hace mil años, París, Londres, Berlín, Nueva York, poblachos mal ventilados y embarrados, donde circulaban cajas renqueantes arrastradas por caballos, ¡sí, caballos! ¡Es como para no creerlo!