Ramiro es secuestrado mientras da testimonio en un juzgado. Su secuestrador es un chino acusado y condenado por incendiar once mueblerías de la ciudad. Ramiro empieza a vivir entonces un cautiverio muy peculiar en medio de un barrio chino en Argentina. En su cautiverio se vuelve amigo de su secuestrador y sus allegados, así como de quienes habitan la casa en la que se queda; su cautiverio es además una gran oportunidad para dejar atrás la vida que llevaba sin gusto ni esperanzas. En una novela llena de humor irónico, complots y sorpresas, Magnus logra captar la experiencia colectiva y a veces pasada de largo de la inmigración china en Argentina, dando al lector una oportunidad para acercarse a dos culturas disímiles que conviven en un mismo lugar. La novela fue galardonada con el Premio de Novela La otra orilla en 2007.
Ramiro es secuestrado mientras da testimonio en un juzgado. Su secuestrador es un chino acusado y condenado por incendiar once mueblerías de la ciudad. Ramiro empieza a vivir entonces un cautiverio muy peculiar en medio de un barrio chino en Argentina. En su cautiverio se vuelve amigo de su secuestrador y sus allegados, así como de quienes habitan la casa en la que se queda; su cautiverio es además una gran oportunidad para dejar atrás la vida que llevaba sin gusto ni esperanzas. En una novela llena de humor irónico, complots y sorpresas, Magnus logra... Seguir leyendo
Un chino en bicicleta
Siento el frio de la pistola en la nuca casi antes de oír la puerta del baño abriéndose de golpe, el brazo flaco y lampiño de una persona que no alcanzo a ver me cruza el pecho y me hace girar en redondo, me abrocho rápido el pantalón y avanzo empujado desde atrás. Pienso con culpa que no tiré de la cadena, quizá no funcionaba. El baño del juzgado da a un pasillo muy angosto, al fondo un par de policías apuntan hacia mí con sus armas mientras le gritan al otro que suelta la que tengo clavada en el cuello, no sé cuál de todos los caños que me miran me da más miedo, el otro igual les hace tanto caso a los policías como yo a mi dietista y seguimos avanzando, cuando llegamos al final del pasillo los policías se repliegan, algunos me miran condolidos.