El siglo XIX conoció el periodo de esplendor en la recogida y divulgación de los elementos tradicionales propios del folclore nacional, bien de carácter literario, musical, o bien relativos a los usos y costumbres de un territorio. Este empeño antropológico-cultural era alentado por los movimientos filosóficos y políticos de corte romántico que causaban furor en la Europa del momento, y que veían en estas historias populares el espíritu de la nación en cuyo seno surgían. A mediados del citado siglo, el folclorista Aleksandr Afanásiev acometió la ingente tarea de reunir los cientos de leyendas de la tradición popular eslava que aún permanecían frescas en la memoria del pueblo ruso, con el objeto de que ese patrimonio inmaterial no cayeran en el olvido de generaciones futuras. Luis Alberto de Cuenca ha escogido siete de las más conocidas para esta preciosa edición, que incorpora las ilustraciones realizadas a inicios del XX por el artista Iván Bilibin, quien también orientó su labor creadora a la difusión de la rica tradición eslava. Imprescindible.
El siglo XIX conoció el periodo de esplendor en la recogida y divulgación de los elementos tradicionales propios del folclore nacional, bien de carácter literario, musical, o bien relativos a los usos y costumbres de un territorio. Este empeño antropológico-cultural era alentado por los movimientos filosóficos y políticos de corte romántico que causaban furor en la Europa del momento, y que veían en estas historias populares el espíritu de la nación en cuyo seno surgían. A mediados del citado siglo, el... Seguir leyendo
Basilisa la Bella y Otros Cuentos Populares Rusos
BASILISA LA BELLA
En el Reino de los Zares, al otro lado del mar azul y de las altas montañas, vivía un comerciante con su esposa. Tenían una única hija, y era tan hermosa que todos la llamaban Basilisa la Bella. Cuando la madre falleció, la niña contaba ocho años. Antes de morir, la madre llamó a su hija, sacó una muñeca del edredón y se la dio diciéndole:
-Escúchame bien, amor mío, acuérdate bien de mis últimas palabras. Me muero y, con mi bendición, te dejo esta muñeca. Consérvala siempre a tu lado y no se la enseñes a nadie. Si te ocurre algo malo, dale de comer y pídele consejo. Ella comerá y te dirá cómo puedes remediar tus males.
Dicho esto, la madre dio un beso a su hija y exhaló el último suspiro.