El imaginario cinematográfico ha logrado que simplifiquemos uno de los relatos más complejos que ha producido la literatura juvenil -que no infantil- de la modernidad. La presente edición ofrece al lector adolescente la oportunidad de adentrarse -mediante la efectiva carga simbólica de la trama y los recursos que emplea Collodi- en el proceso de configuración de un individuo: su creación, debida a la voluntad generadora del padre, y su educación, manifiesta en las innumerables peripecias de toda laya que vivirá debido a sus continuos errores de juicio y a su endeblez ética. Que Geppetto sea un artesano y Pinocho una marioneta, no hace sino reforzar el carácter simbólico del planteamiento: nuestra capacidad creativa/generadora -viene a decirnos Collodi- debe estar al servicio de un ideal ético, que en el siglo XIX, época de la que data la novela, pasaba por un compendio de virtudes cristianas, entre las que el rechazo de la mentira refulge con fuerza. Clásico imperecedero, acompañado en esta edición de las preciosas ilustraciones del gran Manuel Alcorlo. Prólogo de Emilio Pascual.
El imaginario cinematográfico ha logrado que simplifiquemos uno de los relatos más complejos que ha producido la literatura juvenil -que no infantil- de la modernidad. La presente edición ofrece al lector adolescente la oportunidad de adentrarse -mediante la efectiva carga simbólica de la trama y los recursos que emplea Collodi- en el proceso de configuración de un individuo: su creación, debida a la voluntad generadora del padre, y su educación, manifiesta en las innumerables peripecias de toda laya que vivirá debido a sus... Seguir leyendo
Pinocho
Capítulo I. De cómo acaeció que el maese carpintero Cereza encontró un trozo de madera que lloraba y reía como un niño
Había una vez...
-¡Un rey! -dirán en seguida mis pequeños lectores.
No, muchachos, os habéis equivocado. Había una vez un trozo de madera.
No se trataba de una madera lujosa, sino de un simple trozo de madera del montón, de esas que en invierno se echan en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y para caldear las habitaciones.
No sé cómo acaeció, pero el hecho es que un buen día ese trozo de madera fue a parar al taller de un viejo carpintero que tenía por nombre maese Antonio, aunque todos le llamaban maese Cereza a causa de la punta de su nariz, que siempre se hallaba lustrosa y amoratada como una cereza madura.
Apenas vio maese Cereza aquel trozo de madera, se puso muy alegre y, frotándose las manos de puro contento, refunfuñó a media voz:
-Esta madera ha llegado en el momento oportuno y quiero hacer uso de ella para construir la pata de una mesita...