Delicioso relato breve estructurado a partir de los recuerdos de infancia de la protagonista. En este primer acercamiento a la literatura intantil (fechado a finales de los ochenta), Modiano vuelve sobre el tema rector de su producción adulta: la imposibilidad -para el individuo- de dar cuenta de la realidad a través del lenguaje; la memoria narrada aparece así como un territorio difuso. En la evocación de la pequeña Catherine hay algo perturbador, pues se va intuyendo -y pronto confirmando- una verdad que difiere del recuerdo. Si este último es siempre generoso para con los padres, se nos ofrecen con delicadeza suficientes indicios de que la niña es consciente del fracaso matrimonial de sus progenitores y de los dudosos negocios gracias a los cuales vive la familia. Lo real está muy vinculado a la autopercepción, eludir aquello que nos parece menos atractivo en nuestra biografía es un mecanismo de defensa común, por eso la encantadora hija del señor Certitude (vocablo francés que designa 'certeza', con el que juega irónicamente el autor) se quita y se pone sus gafas a conveniencia, dando lugar así a una tierna metáfora sobre el deseo y la necesidad de acogimiento, amor y estabilidad que posee todo niño. Por su calidad literaria y la capacidad de adaptar las complejidades de la emoción al lenguaje infantil, se trata de una lectura absolutamente recomendable.
Delicioso relato breve estructurado a partir de los recuerdos de infancia de la protagonista. En este primer acercamiento a la literatura intantil (fechado a finales de los ochenta), Modiano vuelve sobre el tema rector de su producción adulta: la imposibilidad -para el individuo- de dar cuenta de la realidad a través del lenguaje; la memoria narrada aparece así como un territorio difuso. En la evocación de la pequeña Catherine hay algo perturbador, pues se va intuyendo -y pronto confirmando- una verdad que difiere del... Seguir leyendo
Catherine
Hoy nieva en Nueva York, y por la ventana de mi piso de la calle 59, miro al edificio de enfrente donde está la academia de ballet que dirijo. Tras el ventanal, las alumnas vestidas con mallas han dejado de hacer puntas y sus entrechats. Mi hija, que trabaja conmigo como ayudante, les enseña un paso basado en una melodía de jazz para que se relajen.
Dentro de un rato iré a reunirme con ellas.
Entre las alumnas hay una niña con gafas. Antes de la clase las ha dejado sobre una silla, lo mismo que hacía yo a su edad en la academia de Madame Dismailova. Con gafas no se hace ballet...