El maestro Dahl -con tanto ingenio como mala uva, nunca mejor dicho- nos invita a una cata que promete ser entretenida como pocas, y donde asistiremos a la peculiar lección que reciben sus protagonistas, que parecen merecerse mutuamente: un fatuo, que ansía revestirse con los saberes que se le suponen a un individuo para alternar en sociedad, y un reputado gastrónomo y enólogo, que quiere aprovechar la debilidad de su anfitrión para sacar un beneficio excesivo. ¿Quién ganará la apuesta? Conociendo a Dahl, parece fácil adivinarlo, pero resulta delicioso detenerse en la narración de la divertida peripecia, que nos llega a través de otro invitado, y en el característico ácido humor del autor galés. ¡Chin-chin!
El maestro Dahl -con tanto ingenio como mala uva, nunca mejor dicho- nos invita a una cata que promete ser entretenida como pocas, y donde asistiremos a la peculiar lección que reciben sus protagonistas, que parecen merecerse mutuamente: un fatuo, que ansía revestirse con los saberes que se le suponen a un individuo para alternar en sociedad, y un reputado gastrónomo y enólogo, que quiere aprovechar la debilidad de su anfitrión para sacar un beneficio excesivo. ¿Quién ganará la apuesta? Conociendo a Dahl, parece... Seguir leyendo
La cata
Éramos seis cenando esa noche en casa de Mike Schofield en Londres: Mike, su mujer e hija, mi mujer y yo, y un tipo llamado Richard Pratt.
Richard Pratt era un famoso gastrónomo. Presidía una pequeña sociedad conocida como 'Los epicúreos', y todos los meses repartía entre sus miembros un panfleto sobre comida y vinos.
Organizaba cenas en las que se servían platos suntuosos y vinos raros. No fumaba por miedo a estropearse el paladar y, cuando hablaba de vinos, tenía la curiosa y bastante peculiar costumbre de referirse a ellos como si fueran un ser vivo...