Pese a que Grandes esperanzas es el título que ha tenido fortuna en nuestra lengua, Grandes expectativas respondería de forma más precisa al relato de la vida del huérfano Pip; se trata de una amena crónica que atraviesa su infancia, juventud y primera madurez. A través de las peripecias -casi siempre desconcertantes, cuando no amargas- del protagonista, asistimos a un mosaico de personajes, situaciones y costumbres propios de la Inglaterra victoriana que conoció su autor, una etapa en la que los rígidos convencionalismos sociales (puritanos y clasistas) y un espíritu capitalista ya sólidamente asentado, producen la emergencia como modelo aspiracional del 'hombre hecho a sí mismo', aquel a quien se perdona un origen humilde en pago por haber sido capaz de vencer su previsible sino y haber logrado cierto estatus económico y social. Tras una existencia desventurada, donde se le ha negado la estabilidad y el amor, veremos a Pip reconvertido en un maduro caballero. La narrativa de Dickens, con su larga extensión, su preocupación por los parias del sistema y su gusto por la ambientación y las tramas novelescas, constituye casi un género en sí misma, sus obras son perfectamente reconocibles y uno de los primeros escalones en la conformación de la madurez lectora del adolescente. Imprescindible.
Pese a que Grandes esperanzas es el título que ha tenido fortuna en nuestra lengua, Grandes expectativas respondería de forma más precisa al relato de la vida del huérfano Pip; se trata de una amena crónica que atraviesa su infancia, juventud y primera madurez. A través de las peripecias -casi siempre desconcertantes, cuando no amargas- del protagonista, asistimos a un mosaico de personajes, situaciones y costumbres propios de la Inglaterra victoriana que conoció su autor, una etapa en la que los rígidos... Seguir leyendo
Grandes esperanzas
Como el apellido de mi padre era Pirrip y mi nombre de pila Philip, mi habla infantil no conseguía pronunciar ambos nombres de una forma larga o clara que no fuese Pip. Así pues, me llamaba a mí mismo Pip, y de ese modo pasé a ser llamado.
Digo que Pirrip era el apellido de mi padre basándome en la autoridad de su lápida y en la de mi hermana, la señora de Joe Gargery, que estaba casada con un herrero. Como nunca vi ni a mi padre ni a mi madre, ni tampoco retrato alguno de ellos (pues sus días acabaron mucho antes de los de la fotografía), mis primeras fantasías sobre el aspecto que debían de haber tenido derivaban, sin la menor justificación, de sus lápidas . Por la forma de las letras de la de mi padre, me hice la extraña idea de que era un hombre robusto y corpulento, de piel morena y pelo negro rizado. Por la distorsión de los caracteres de la inscripción "Y también Georgina, esposa del arriba nombrado", llegué a la conclusión de que mi madre era pecosa y enfermiza...