Autor prolífico y espectador crítico de la compleja situación sociopolítica de su país, Amos Oz nos regala en esta ocasión un delicioso relato de iniciación. Sumji, un niño de once años que vive en la Jerusalén ocupada por Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, recibe de su tío Zémaj un ansiado regalo, una bicicleta, convertida así en su compañera de aventuras preadolescentes en aquellos procelosos años cuarenta. Las complicidades y peleas con los amigos, el vínculo familiar, la visión de la realidad de su país y, especialmente, la emoción del primer amor... todo ello aparece tratado con la ternura y el humor de quien se sabe narrador de las propias emociones, como si Oz quisiera hacer justicia al niño que fue y a un tiempo de esperanza en el que la construcción de su país coincidía con su propia construcción personal. Imposible no empatizar con el pequeño Sumji, tan alegre e inocente.
Autor prolífico y espectador crítico de la compleja situación sociopolítica de su país, Amos Oz nos regala en esta ocasión un delicioso relato de iniciación. Sumji, un niño de once años que vive en la Jerusalén ocupada por Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, recibe de su tío Zémaj un ansiado regalo, una bicicleta, convertida así en su compañera de aventuras preadolescentes en aquellos procelosos años cuarenta. Las complicidades y peleas con los amigos, el... Seguir leyendo
La bicicleta de Sumji
Capítulo 1. En donde florece el amor
Y en donde por fin se revelan los secretos que han permanecido ocultos hasta este día, entre ellos el amor y otros sentimientos.
En la calle Zacarías, cerca de nosotros, vivía una niña llamada Esti. Por la mañana, sentado en la mesa de la cocina mientras me desayunaba con una rebanada de pan, susurraba para mis adentros: «Esti».
A lo cual solía responder mi padre: «Anda, come y calla».
Asimismo, de noche, decían de mí: «Este chiquillo está chiflado; ya ha vuelto a encerrarse en el cuarto de baño a jugar con el agua».
Sólo que yo no estaba jugando con el agua, sino que, sencillamente, llenaba el lavabo y trazaba con el dedo su nombre sobre las ondas de la superficie.