Hace unos años Llanos Campos regaló a los lectores un auténtico tesoro sin necesidad de tomar una consumición previa en la posada del Almirante Benbow: las aventuras de Barracuda. La obra fue galardonada con el Premio Barco de Vapor en 2014 y ahora el círculo se cierra con la última historia del singular grupo de corsarios. Narrado por la pirata más joven y pelirroja de la tripulación, que ha recogido todas sus andanzas en varios volúmenes durante sus travesías en alta mar, la trama arranca en el fortín San Juan de la Cruz, donde los vigías han asistido horrorizados a la aparición de una hueste de siniestras criaturas que están saqueando la isla a la vez que siembran el pánico entre los soldados. Los rumores sobre la verdadera identidad de estos personajes se extienden entre los habitantes del lugar y los ejércitos de los distintos países que se dan cita en esta zona caribeña. Parece que han venido a rendir cuentas por algo que ocurrió en el pasado, los más osados se atreven a decir que se trata de los muertos del Cruz y las calles de Tortuga se han llenado de amuletos protectores pero, ¿quién se esconde realmente tras semejantes ropajes? Chispas revela, con mucho humor, una bien documentada historia que conjuga los ingredientes fundamentales para disfrutar de una excelente novela de piratas, en donde se aprecia el sello personal que ha convertido esta propuesta en una original reinvención del género de aventuras, ilustrada con simpáticas imágenes de Marta Altés.
Hace unos años Llanos Campos regaló a los lectores un auténtico tesoro sin necesidad de tomar una consumición previa en la posada del Almirante Benbow: las aventuras de Barracuda. La obra fue galardonada con el Premio Barco de Vapor en 2014 y ahora el círculo se cierra con la última historia del singular grupo de corsarios. Narrado por la pirata más joven y pelirroja de la tripulación, que ha recogido todas sus andanzas en varios volúmenes durante sus travesías en alta mar, la trama arranca en el... Seguir leyendo
Barracuda, el rey muerto de Tortuga
El soldado Villegas estaba muy nervioso. Miraba a todas partes mientras intentaba mantenerse firme en su puesto de centinela del segundo turno de guardia. Pero el fusil le temblaba entre las manos como si tuviera frío, aunque esa noche en la isla de Puerto Rico la temperatura era de más de treinta grados. Al otro lado de la pequeña puerta oeste del fortín San Juan de la Cruz, su compañero de guardia -el soldado Andrade- permanecía quieto como una estatua, recortado contra la estela de la luna en el mar.