Tal y como se indica en la útil propuesta de club de lectura que De Conatus incluye siempre en las últimas páginas de sus libros, Los muertos está considerado uno de los mejores relatos de la historia de la literatura (formó parte de Dublineses), y capta con brillantez las escasas opciones de desarrollo personal y social que la capital irlandesa ofrecía a sus ciudadanos a principios del siglo XX. Tras una multitudinaria obertura en la que el lector puede intuir varios posibles protagonistas, Gabriel y sus inseguridades copan toda la atención a través de la exposición de sus conflictos y mareas personales, dudas para las que sólo el lector más sagaz encuentra llaves. Una sombría amenaza acecha al personaje a lo largo de toda la "fiesta" y cristaliza en una coda impactante gracias al célebre estilo del emblemático autor irlandés, original (y experimental si tenemos en cuenta la época en la que fue concebido), siempre sorprendente y magnético, ideal para lectores adolescentes exigentes y con bagaje (aunque se proponen varias claves que ayudan a disfrutar la propuesta con mayor profundidad). La edición incluye el cuaderno de lectura creativa y dos sugerencias, con todo lujo de detalles, para desarrollar experiencias vinculadas a la lectura social, además de un bloc de notas para anotar todas las ideas que brotan del texto y una guía orientada a profesores que puedes descargar a través de este enlace.
Tal y como se indica en la útil propuesta de club de lectura que De Conatus incluye siempre en las últimas páginas de sus libros, Los muertos está considerado uno de los mejores relatos de la historia de la literatura (formó parte de Dublineses), y capta con brillantez las escasas opciones de desarrollo personal y social que la capital irlandesa ofrecía a sus ciudadanos a principios del siglo XX. Tras una multitudinaria obertura en la que el lector puede intuir varios posibles... Seguir leyendo
Los muertos
Lily, la hija del conserje, iba literalmente en volandas. Apenas había llevado a uno de los caballeros al pequeño ropero detrás de la oficina en el primer piso y le había ayudado a quitarse el gabán, la ruidosa puerta de entrada sonaba de nuevo y tenía que corretear por el pasillo vacío para recibir a otro huésped. Al menos no le tocaba atender también a las damas. Miss Kate y Miss Julia habían pensado en eso y habían convertido el baño de la planta de arriba en un vestidor de señoras.