Aturdido, Max descubre al despertar su cuerpo cubierto de cicatrices de todos los tamaños. Algo horrible ha pasado: se encuentra demasiado solo, en un lugar extraño, sin consuelo. La aparición de Nora, junto a la que asiste a un hecho determinante que forjará su relación (el rescate de una niña, a punto de fallecer ahogada), cambia el curso de la historia. Siente una profunda atracción por ella y el sentimiento parece recíproco, hasta el punto de seguirle más allá del pasadizo, cuyo final desemboca en otro tiempo. Este pretexto argumental, bien urdido a pesar de su complejidad, sirve a la autora para viajar en el tiempo y trazar un oscuro lienzo que recrea algunas de las claves de la novela inmortal de Mary Shelley, pero al mismo tiempo para insertar una consistente y certera crítica social. Los protagonistas introducen al lector en aquel tiempo en el que el doctor Víctor Frankenstein dio vida a su célebre criatura, aportando valiosas descripciones y detalles que evocan los mejores pasajes del original. Intrigas, secretos y una sola certeza: la imposibilidad de regresar a casa. Elia Barceló fusiona novela negra y gótica, dos campos en los que se mueve con maestría, para rendir un sentido homenaje al universo creado por la autora británica, en el 200 aniversario de la publicación de "El moderno Prometeo". La novela ha sido reconocida con el Premio Edebé de Literatura Juvenil en el presente año.
Aturdido, Max descubre al despertar su cuerpo cubierto de cicatrices de todos los tamaños. Algo horrible ha pasado: se encuentra demasiado solo, en un lugar extraño, sin consuelo. La aparición de Nora, junto a la que asiste a un hecho determinante que forjará su relación (el rescate de una niña, a punto de fallecer ahogada), cambia el curso de la historia. Siente una profunda atracción por ella y el sentimiento parece recíproco, hasta el punto de seguirle más allá del pasadizo, cuyo final... Seguir leyendo
El efecto Frankenstein
Abrió los ojos a una penumbre donde una brillante luz anaranjada pintaba rayas en la pared al atravesar una ventana entreabierta. No sabía donde estaba y por un momento sintió que se ahogaba, asustado, porque no reconocía el techo de la habitación ni nada de lo que había a su alrededor.