La secuela del emblemático relato en el que se presentaba al mundo una de las heroínas más transgresoras y carismáticas de la historia de la literatura infantil (título que, por cierto, en 2020 sumó un nuevo galardón, el Premio Librerías Kiriko 2020 a la mejor obra traducida); está editada en un rejuvenecido formato que, sin embargo, apuesta por conservar las encantadoras ilustraciones que Ingrid Vang Nyman diseñó a mediados del siglo XX (combinando tonos negros, grises y naranjas). Villa Villekulla sirve como factoría de ideas para Tommy, Annika y nuestra pequeña protagonista. Al hilo de una de las habituales y apasionadas narraciones sobre sus aventuras deciden emular a Robinson Crusoe y vivir sus propias andanzas embarcándose en una fascinante travesía que les permite viajar en barca, encender una hoguera, escuchar los sonidos de la noche.. ¿Qué más se puede pedir? Tal vez Pippi lo lleva en la sangre (recordemos que su padre, cuyo reencuentro es narrado en esta novela, fue capitán de barco -con final incierto). Una de las peculiaridades de esta obra, muy notable aunque no alcance los niveles de excelencia de la anterior, radica en la posibilidad de descubrir aún más de cerca aquellas características que convirtieron a Langstrump en un icono universal y atemporal: la libertad absoluta de pensamiento y movimientos -sin reglas, sin padres, sin escuela-; la generosidad, la imaginación desbordante que aplica en sus bienintencionadas acciones. Una novela para lectores infantiles y para todo aquel adulto que no haya perdido el niño/a que lleva en su interior.
La secuela del emblemático relato en el que se presentaba al mundo una de las heroínas más transgresoras y carismáticas de la historia de la literatura infantil (título que, por cierto, en 2020 sumó un nuevo galardón, el Premio Librerías Kiriko 2020 a la mejor obra traducida); está editada en un rejuvenecido formato que, sin embargo, apuesta por conservar las... Seguir leyendo
Pippi se embarca
Un viajero que llegara a la pequeña ciudad, a poco que se despistara y se alejase caminando hacia las afueras, se encontraría ante Villa Villekulla.
No es que la casa tuviera nada especial que ver, siendo como era una villa algo vieja y destartalada, rodeada de un viejo y descuidado jardín. Pero, de todos modos, podía ocurrir que el viajero se detuviera y se preguntara quién viviría allí.