En el anterior capítulo de esta trilogía que ahora llega a su meridiano, fuimos cómplices de la entrañable amistad entre una niña y su particular amigo, el Lobo de Arena. Las autoras retoman ese mágico mundo infantil que resiste el paso hacia nuevos estadios, en esta ocasión con un poso más filosófico en el argumento, esbozando temas complejos que saben transmitir a través de una trama adictiva, rica en matices y, como era de esperar, tremendamente imaginativa, acompañada de una selección de imágenes tan poéticas y brumosas como en la primera parada de la serie. Especialmente destacables los diálogos entre la protagonista y sus padres, argumentos que deberían ser de obligada lectura y reflexión para adultos que conviven con menores. Zackarina se ha hecho un hueco entre los personajes más destacados de la literatura infantil nórdica en estos años gracias a su carisma y tesón. Asa Lind comenzó a publicar estas historias en el comienzo del XXI y en pocos años han alcanzado gran notoriedad gracias a su depurado estilo, siempre elegante y rebosante de sensibilidad. ¿Qué nuevas aventuras vivirán en el capítulo final de la saga? Pronto lo sabremos...
En el anterior capítulo de esta trilogía que ahora llega a su meridiano, fuimos cómplices de la entrañable amistad entre una niña y su particular amigo, el Lobo de Arena. Las autoras retoman ese mágico mundo infantil que resiste el paso hacia nuevos estadios, en esta ocasión con un poso más filosófico en el argumento, esbozando temas complejos que saben transmitir a través de una trama adictiva, rica en matices y, como era de esperar, tremendamente imaginativa, acompañada de una... Seguir leyendo
Las historias del lobo de arena
Zackarina vivía en una casa junto al mar con su madre y su padre. Delante de la casa crecían dos abedules y, entre los dos árboles, colgaba una hamaca.
Y, justo hoy, la hamaca se había convertido en un barco pirata, y la capitana de ese barco era Zackarina.
Pero, cuando ya había pirateado por los siete mares luchando una y otra vez contra huracanes y tempestades, empezó a apetecerle comer alguna cosa: un bollito o algo así.
Abandonó el barco, entró corriendo en casa y se fue directo a la cocina. Allí, en medio de la habitación, se detuvo en seco e inspiró hondo.