Tras el apabullante éxito que la autora norteamericana obtuvo con la trilogía de Los habitantes del aire, Hidra recupera el comienzo de una saga anterior (publicada en los primeros compases del XXI, hoy muy difícil de encontrar en las librerías y bibliotecas); sorprendente por su oscura e inusual trama. Kaye es una adolescente que no asiste a la escuela, malvive acompañando a su madre (un espíritu libre que transita de bar en bar intentando ganar fama como artista de rock); y ganando algún dinero como repartidora. Obligadas a regresar a su ciudad natal, a la casa de la abuela, de forma temporal, tiene lugar el reencuentro con los viejos amigos. En esos momentos de nostalgia, en los que se mezclan diversos sentimientos, retoma el contacto no solo con los que son humanos como Janet, también con personajes de origen mágico que le ayudarán a comprender los secretos de otra dimensión, sorpresas que pueden aportarle alegrías, el descubrimiento del amor, aventuras inclasificables… e incluso la muerte. La escritora no profundiza en exceso en la definición de los protagonistas pero introduce pasajes nada edulcorados, esboza con cierta crudeza la desconfianza que generan todas las relaciones personales, el dolor de la traición y otros aspectos para desmitificar la figura de personajes fantásticos como las hadas, a las que en determinados momentos describe como seres crueles y despiadados que disfrutan provocando dolor. Cada capítulo va precedido de una cita literaria (referencias desde Oscar Wilde hasta John Milton); y de una serie de pequeñas ilustraciones creadas para la ocasión por Kathleen Jennings.
Tras el apabullante éxito que la autora norteamericana obtuvo con la trilogía de Los habitantes del aire, Hidra recupera el comienzo de una saga anterior (publicada en los primeros compases del XXI, hoy muy difícil de encontrar en las librerías y bibliotecas); sorprendente por su oscura e inusual trama. Kaye es una adolescente que no asiste a la escuela, malvive acompañando a su madre (un espíritu libre que transita de bar en bar intentando ganar fama como artista de rock); y ganando algún... Seguir leyendo
Tributo
Kaye dio otra calada al cigarro y lo introdujo en el botellín de cerveza de su madre. Pensó que sería una buena forma de comprobar lo borracha que estaba Ellen: ver si se tragaba una colilla entera o no.
Los demás seguían en el escenario: Ellen, Lloyd y el resto de Stepping Razor. Había sido un concierto pésimo, y al ver con qué violencia desmontaban el equipo, Kaye comprendió que ellos también lo sabían.