Cuando termines de leer este clásico imperecedero regresa al principio y comprueba el año en el que está escrito: ¡1955! Las virtudes del novelista ruso, posteriormente acogido en Norteamérica, se hacen evidentes en la que está considerada una de sus obras más importantes fuera de la serie de la Fundación. Los diálogos alcanzan, en algunos pasajes, la excelencia, y toda la trama, a pesar de su aparente complejidad, está hilvanada de forma amena fusionando diversos géneros (de la ciencia ficción al relato policial); profusos comentarios de índole científica y, ante todo, una imaginación desbordante en la concepción del argumento. La novela plantea la existencia de una organización compuesta de personas dotadas con un talento excepcional que tienen la capacidad para viajar en el tiempo, desde el siglo XXVII hasta cualquier otra época, para cambiar la historia, limar errores, prevenir desmanes y asegurar la supervivencia de los humanos en el futuro. Pero, ¿y si uno de sus componentes se enamora de alguien "no-eterno"? ¿Y si surgen dudas de índole ético que cuestionan el proyecto? Un inteligente canto a la libertad que invita a reflexionar sobre los límites, los cambios necesarios para evolucionar como sociedad y el verdadero impacto que provoca cada una de nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, en el resto.
Cuando termines de leer este clásico imperecedero regresa al principio y comprueba el año en el que está escrito: ¡1955! Las virtudes del novelista ruso, posteriormente acogido en Norteamérica, se hacen evidentes en la que está considerada una de sus obras más importantes fuera de la serie de la Fundación. Los diálogos alcanzan, en algunos pasajes, la excelencia, y toda la trama, a pesar de su aparente complejidad, está hilvanada de forma amena fusionando diversos géneros... Seguir leyendo
El fin de la eternidad
Andrew Harlan se metió en la cápsula, que tenía los lados
completamente redondeados y encajaba a la perfección en un
conducto vertical formado por unas varillas metálicas muy espaciadas entre sí y que se perdían en una neblina brillante a
unos dos metros por encima de su cabeza. Ajustó los mandos
y desplazó la palanca de inicio con mucha suavidad.
La cápsula no se movió.