Aparte de coleccionar jerséis mulliditos de lana, la otra gran afición de Leopoldo es la lectura. Pero para saborear placenteramente las mejores historias ha tenido que llevar a cabo un exhaustivo aprendizaje que le permite inhibir sus impulsos más primarios (al fin y al cabo es una cabra). Ahora lo tiene claro: ¡los libros no se comen! El tiempo le ha convertido no solo en un buen lector, también en un excelente prescriptor que siempre acierta en sus recomendaciones. Sin embargo no cuenta con otras cabras como público objetivo, por eso el día en que una entra por fin a su librería siente una enorme alegría pero... ¿sabrá apreciar debidamente la amplia cultura literaria de nuestro protagonista? ¿Acertará, como ocurre con los humanos, con la novela ideal para el nuevo cliente? Un cálido y humorístico relato dibujado mediante procedimientos digitales (Montoya incluye un divertido guiño para incentivar la curiosidad de los lectores: un pequeño ratón que posa en diversas actitudes a lo largo de las distintas escenas); que constituye un pequeño y sincero homenaje a la lectura y, por extensión, a los pequeños paraísos en donde se dispensan libros (como la tienda que regenta el personaje principal).
Aparte de coleccionar jerséis mulliditos de lana, la otra gran afición de Leopoldo es la lectura. Pero para saborear placenteramente las mejores historias ha tenido que llevar a cabo un exhaustivo aprendizaje que le permite inhibir sus impulsos más primarios (al fin y al cabo es una cabra). Ahora lo tiene claro: ¡los libros no se comen! El tiempo le ha convertido no solo en un buen lector, también en un excelente prescriptor que siempre acierta en sus recomendaciones. Sin embargo no cuenta con otras cabras como... Seguir leyendo
LOS LIBROS NO SE COMEN
Leopoldo coleccionaba dos cosas que le gustaban mucho mucho: jerséis cálidos (con motivos de cabras, claro) y...
¡LIBROS!
(Una vez que aprendió a no comérselos. Y a pasar las páginas)