Olga y el grito del bosque
Para Bernard, el papá de Olga, cada mudanza es una "aventura", ¡y razón no le falta! Todo aquel que haya vivido una, y especialmente si tiene corta edad, sabe de sobra todos los problemas e incertidumbres que genera. Tras la experiencia de una casa de campo, una buhardilla en el corazón de París, una casa moderna con piscina, un bungaló en las Landas, un castillo, un chalé en medio de la nada y un piso construido en los años setenta, es el momento de disfrutar de la, probablemente, vivienda más singular: un palacete lleno de ventanas que incluye una torre. Sin embargo el escenario más misterioso está en la propia habitación de la niña, en cuya pared existe una pequeña puerta frente a la que alguien deja extraños (y minúsculos) mensajes. El interlocutor pretende entrar en contacto con la joven, algo que solo ocurrirá -a pesar de los intentos de la mascota, el gato Monsieur, por derribar la hoja-; cuando desobedezcan las instrucciones escritas en la llave. De su interior surge un pequeño e insólito personaje (con aroma de "diente de león y de mosca"); que intenta llamar la atención, con dibujos, sobre el bosque, precisamente el espacio cercano al que sus padres se han ido de paseo. Ante los malos presentimientos decide internarse en el mismo, es el comienzo de una inquietante travesía... Un cuento de corte fantástico, narrado con ternura, en el que la autora francesa reflexiona de forma metafórica sobre el coraje e invita a conocer el mundo interior, en silencio desde su nacimiento, de una chica de ocho años.
Para Bernard, el papá de Olga, cada mudanza es una "aventura", ¡y razón no le falta! Todo aquel que haya vivido una, y especialmente si tiene corta edad, sabe de sobra todos los problemas e incertidumbres que genera. Tras la experiencia de una casa de campo, una buhardilla en el corazón de París, una casa moderna con piscina, un bungaló en las Landas, un castillo, un chalé en medio de la nada y un piso construido en los años setenta, es el momento de disfrutar de la, probablemente, vivienda... Seguir leyendo
Olga y el grito del bosque
Olga tenía ocho años y ya se habñia mudado seis veces. Comer pastel de chocolate seis veces en una vida de ocho años es poco, cepillarse los dientes seis veces en ocho años es muy muy poco, pero cambiar de casa seis veces es mucho para una vida tan corta como la de Olga. Esas mudanzas frecuentes la obligaban a no tener nada más que lo estrictamente necesario: su cuarto cabía en una maleta pequeña.
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