Luis Mateo Díez clasifica esta obra como "un libro antiguo". Y es que las descripciones que alberga nos llevan, en efecto, a otro tiempo. A ese mágico momento en el que los cines eran algo sagrado, ubicados en edificios monumentales a los que se entraba a soñar y de los que siempre salías, para bien o para mal, impresionado. Espacios democráticos porque albergaban adeptos de toda condición (sus precios eran baratos); según las tipologías, y que provocaban instantes irrepetibles en todos los que tuvieron la fortuna de conocerlos. El autor y académico leonés, en compañía de su buen amigo Urberuaga, uno de los ilustradores "fundamentales" de la LIJ, comparte un viaje personal que denota la fascinación que generaban las pantallas panorámicas (y esperemos, si se nos permite el apunte, que siga generando por muchos años aquellas que sobreviven); a través de una trama dividida en doce movimientos ambientados en otras tantas salas de proyección conocemos sucesos, seguramente transformados a partir de las propias vivencias del escritor, intensas impresiones y sentimientos ligados a películas clásicas, también gestos, aromas (ozonopino, por ejemplo, siempre ligado a los patios de butacas y al paraíso); compañías igualmente apasionadas y un toque disparatado e irreverente que convierte cada relato en único e inimitable (por sus metáforas y por su inclasificable ubicación espacio-temporal) Una obra trufada de arquetipos, a propósito, labrada con espontaneidad y mucho humor, adecuada para los lectores juveniles de mayor bagaje.
Luis Mateo Díez clasifica esta obra como "un libro antiguo". Y es que las descripciones que alberga nos llevan, en efecto, a otro tiempo. A ese mágico momento en el que los cines eran algo sagrado, ubicados en edificios monumentales a los que se entraba a soñar y de los que siempre salías, para bien o para mal, impresionado. Espacios democráticos porque... Seguir leyendo
El limbo de los cines
Fui al cine Crisol, en la triangular de Oceda, perseguido por un guardia de la porra que ya, en anteriores ocasiones, había dado cuenta de mí sin tener que perseguirme, simplemente cogiéndome por el cuello cuando escupía la colilla y atizándome de lo lindo sin precaverme.
Corría por Averzales y Contaminaciones como alma que lleva el diablo. Me paraba en la esquina de Paciencia con el corazón en la boca.