Ana Alonso trenza una imaginativa trama distópica que sirve como base para alertar sobre el impacto que el hombre y el cambio climático generan en nuestro ecosistema, y las imprevisibles consecuencias que ambas cosas tendrán para las siguientes generaciones de habitantes, si no ponemos remedio. Al llegar del viaje intergaláctico que realiza la familia de Ray y Sol desde su lugar de residencia, Marte, advertimos que los nuevos pobladores del planeta azul viven en una situación insólita. Al compás de su internamiento en esa realidad inesperada, las cosas parecen torcerse en la tierra de origen con una crisis. Desde el aterrizaje en Cayena, la autora traza un recorrido en el que identificamos temas y problemáticas comunes, esboza la necesidad de derrotar prejuicios, advierte sobre las posibles bondades que implican los avances tecnológicos -si sabemos hacer uso correcto de ellos-; y como, a pesar del tiempo y del espacio, hay algo que permanece inalterable: los intensos sentimientos que pueden brotar entre las personas. Como trasfondo a la fantasía, una historia de amor capaz de aportar color y calor en los tiempos grises. La puesta en escena denota un amplio trabajo de diseño previo de escenarios y situaciones, con una vida marciana de usos y costumbres similares a la cotidianidad familiar en la Tierra que conocemos hoy en día.
Ana Alonso trenza una imaginativa trama distópica que sirve como base para alertar sobre el impacto que el hombre y el cambio climático generan en nuestro ecosistema, y las imprevisibles consecuencias que ambas cosas tendrán para las siguientes generaciones de habitantes, si no ponemos remedio. Al llegar del viaje intergaláctico que realiza la familia de Ray y Sol desde su lugar de residencia, Marte, advertimos que los nuevos pobladores del planeta azul viven en una situación insólita. Al compás de su... Seguir leyendo
GRAVEDAD 1
—Ray, Sol… ¿Podéis venir un momento? Tenemos
algo que deciros.
Mi hermana Sol retiró las manos de las teclas flotantes del vibrarmonio y se volvió hacia mi madre, que esperaba en el umbral de la terraza. Su silueta alta y menuda
se recortaba a contraluz sobre el cielo azul claro del atardecer. Detrás de ella brillaba una de las esculturas flotantes de mi tía Mónica, hecha con los grandes tornillos
oxidados de una nave de la primera generación y, más
allá, las torres de pisos transparentes sobre el acantilado.
El abuelo siempre decía que tenemos una de las mejores
vistas de Tyr.