La obra de Jordi Sierra i Fabra siempre se ha caracterizado por acercarse, con adecuada documentación, al ecosistema adolescente. En cada época, el polifacético autor barcelonés ha sabido plasmar en sus novelas las preocupaciones y problemas que han afectado a cada generación, denunciando aquellos problemas que se han perpetuado, lamentablemente, a lo largo del tiempo como es el caso del acoso escolar. Mucho antes de que las fronteras de la LIJ comenzasen a diluirse, Sierra i Fabra ya abordó en sus argumentos asuntos espinosos en todo tipo de géneros y este es uno de ellos, que presenta desde distintos prismas. En esta novela sondea en los sentimientos y emociones de una joven que narra en primera persona las penalidades y problemas generados por la actitud de un grupo de alumnos con los que comparte instituto, otros chicos y chicas como ella que con sus vejaciones provocan una profunda falta de autoestima. La gordofobia u obesofobia produce un impacto demoledor en la salud mental de la narradora que, sin embargo, encontrará en Yolanda, una chica que representa lo contrario a las características que ella identifica en sí misma; el principal bastión para replantearse la forma en la qué debe afrontar sus dudas y desvelos, al mismo tiempo que se enfrenta a los que se esconden en actitudes cobardes. Con una narrativa ágil y adictiva, esta historia corta puede ser un buen caldo de cultivo para debates en el seno de un club de lectura o para compartir, como lectura recomendada, desde el mismo ámbito escolar en el que está ambientada, como medida de prevención ante estas actitudes delictivas que siguen repitiéndose en nuestros centros educativos.
La obra de Jordi Sierra i Fabra siempre se ha caracterizado por acercarse, con adecuada documentación, al ecosistema adolescente. En cada época, el polifacético autor barcelonés ha sabido plasmar en sus novelas las preocupaciones y problemas que han afectado a cada generación, denunciando aquellos problemas que se han perpetuado, lamentablemente, a lo largo del tiempo como es el caso... Seguir leyendo
YO, ELISA
La primera noción que tuve de mi horripilante aspecto debió de llegar a los siete u ocho años. A lo peor antes, a los seis. No lo recuerdo. Mi madre me llevó a una academia de baile, pensando que me gustaría ese rollo del ballet, y el primer día, en el vestuario, cuando vi a las demás niñas como yo, desnudas o en bragas, comprendí que nunca sería como ellas.
Salvo una, más ancha que alta, las demás estaban superdelgadas y tenían largas piernas, cabellos preciosos y rostros agradables, por no decir que eran directamente guapas. A la semana le dije a mi madre que no quería volver. Se llevó un disgusto tremendo.
¿Por qué?, me preguntaba. Y yo le daba excusas, que si la música, que si era torpe, que si tal y que si cual.
A partir de entonces el espejo se convirtió en mi obsesión y mi enemigo