Los hermanos Clará Planas, docentes universitarios especializados en literatura clásica y arqueología, han sentido pasión por la cultura grecolatina desde niños, tal vez alentados por el clima de reflexión que se vivía en casa, donde eran frecuentes las tertulias literarias, tal y como indican en el prólogo de esta obra. En su afán por reivindicar el legado de los sabios que hicieron grande aquel periodo, recuperan el viejo modelo romano, de raíz estoica, del intercambio de cartas entre maestro y discípulo (en este caso entre un anciano y su sobrino, dudoso entre seguir una prometedora carrera política hacia el senado romano o sus personales inclinaciones hacia la poesía y la cultura). Once misivas en las que se revisitan grandes mitos, obras capitales como la Ilíada y la Odisea, leyendas, conflictos e incluso reivindicaciones, la de la figura de la mujer en el mundo antiguo. Conocimiento para tiempos grises que plantea una visión poliédrica sobre la filosofía, historias que analizan a los dioses y a los humanos, sus comportamientos y los dilemas que, a pesar del paso del tiempo, siguen enconando la existencia cotidiana. Un caldo de cultivo ideal para alimentar debates en territorio escolar o incentivar el espíritu crítico y la reflexión a los lectores que se acerquen a la obra a título personal.
Los hermanos Clará Planas, docentes universitarios especializados en literatura clásica y arqueología, han sentido pasión por la cultura grecolatina desde niños, tal vez alentados por el clima de reflexión que se vivía en casa, donde eran frecuentes las tertulias literarias, tal y como indican en el prólogo de esta obra. En su afán por reivindicar el legado de los sabios que hicieron grande aquel periodo, recuperan el viejo modelo romano, de raíz estoica, del intercambio de cartas entre... Seguir leyendo
Las cartas de Atenas

CARTA 1
¡Me marcho!
Querido sobrino:
Esta rodilla mía empieza a parecerse a una de esas peonzas con las que los niños juegan, pues cada vez que piso no sé a dónde me va a llevar. Por esto temo decirte que mi camino se detiene aquí: ya no podremos seguir dando esos largos paseos por Roma y sus jardines nunca más. Mentiría si te dijera que algunas lágrimas no se derramaron por mis mejillas cuando tomé esta decisión, pues esos paseos eran mi única alegría en esta corrupta ciudad. Ya no tengo motivos para permanecer aquí, sentado en una silla, viendo cómo esta gente es devorada por su propia codicia. Incluso mis dos hijos, a los que tanto he querido, parecen estar cegados por esta hambre voraz en la que todos se consumen. ¡Dicen ser gente de bien, pero su corazón está más frío que el de las estatuas del templo!