Jingo Django: viaje con un desconocido
Me gustaría olvidarme para siempre de la señora Daggatt y del general Jim Scurlock Cara Sucia, pero es muy poco probable que lo consiga.
La señora Daggatt era tan grande como un buey desollado. Cuando desperté, avanzaba pesadamente por el dormitorio de los chicos. Todavía era de noche y llevaba en la mano un candelabro de tres brazos que parecía la mismísima horca del diablo. Desde la llameante luz amarilla nos miraba como si estuviera eligiendo un cordero para mandarlo al matadero. Posó los ojos en mí.