Noche de viernes
La voz de su padre, al otro lado del hilo telefónico, estaba revestida de tonos ocres.
-Mariano, lo siento, de veras. Créeme que me ha sido imposible eludir el compromiso. Yo...
El muchacho apartó los ojos de la pared y los centró en un lugar indeterminado del pasillo, sin poder discernir si sentía más frustración que rabia, más resignación que indiferencia. Intentó estar a la altura de las circunstancias sin conseguirlo.
-No importa -dijo asépticamente.
-La próxima semana lo haremos todo, te lo prometo.
-Vale, vale.
-Oye, que lo siento yo más que tú, ¿eh?
Se sintió furioso, incómodo, igual que un crío al que se escamotea un premio.