Se llamaba Jan
Ocho metros cuadrados, ni uno más. Cuatro paredes blancas, una ventana, una cama, una mesa, una silla, una estufa...
-Sube al desván -dijo la campesina cuando llamé una noche a su puerta y pregunté si me podían esconder.
Se quedó en el zaguán, con un cabo de vela entre las manos. Sobre el hombro izquierdo le caía una trenza gris. También era gris su camisón. Hasta entonces, yo la había conocido siempre de negro; vestido negro, delantal negro, y negro pañuelo anudado a la cabeza. Nunca hubiera imaginado que llevase una trenza bajo la pañoleta.
Ahora ya no veía más que esa trenza.
-Sube al desván -dijo la campesina.