Point Blanc
Michael J. Roscoe era un hombre cuidadoso. El coche que lo llevaba hasta el trabajo cada mañana, a las siete y cuarto, era un Mercedes hecho a medida, con puertas reforzadas de acero y ventanillas a prueba de balas. El conductor, un agente retirado del FBI, llevaba una pistola Beretta subcompacta y semiautomática, y sabía cómo usarla. Había exactamente cinco pasos entre el lugar en el que el coche se detenía y la entrada de la Torre Roscoe, en la Quinta Avenida de Nueva York.