El viaje de los gorriones
Mi hermana, mi hermano y yo íbamos apretujados unos contra otros en el oscuro cajón. Yo sentía el cuerpo de la tercera persona, un chico llamado Tomás, prensado contra el mío, mientras todos conteníamos la respiración y permanecíamos inmóviles. "La inmigración, la migra". ¡Estaos quietos", nos advirtió el hombre que nos llevaba clandestinamente hacia el norte. El respirar en el cajón había sido muy difícil hasta entonces y, cuando sentía que me desvanecía, había tratado de coger aire. Pero ahora me daba miedo respirar, Óscar, mi hermano de seis años, empezó a lloriquear y mi hermana mayor, Julia, le tapó la boca con la mano y le apretó más contra nosotras. Notaba que Tomás empezaba a temblar pegado a mi espalda y yo estaba tan apretujada contra el abultado vientre de Julia que me parecía sentir al niño moverse.