Vida de perros y otras llaves de cristal
Me hubiese gustado vivir en otro lugar, nacer en otro tiempo, trabajar en otra cosa.
Pero tenía que resignarme con el cielo gris que afeaba aún más la fealdad de las azoteas que se ven desde la ventana del despacho, en un día de octubre al baño María del año mil novecientos ochenta y qué más da, y a ser un perro sabueso, oficio de cada día, en busca de algún cliente que pagara las facturas.