La Casa del Indiano
Cuando el tren se detuvo en la estación de Oviedo, yo ya llevaba un buen rato junto a la puerta, preparado para descender. El revisor me ayudó a bajar la maleta al andén, donde pronto vi aparecer los sonrientes rostros de mis tíos.
–¡Cuánto has crecido! –exclamó mi tía Clara, mientras me abrazaba y besaba.
–Y más que va a crecer con el aire puro de Asturias –intervino el tío Ricardo, al tiempo que me revolvía el pelo con la mano y se cargaba mi mochila a la espalda.