La espada dormida
No fue culpa de nadie, sólo mía. Quería lucirme. También es cierto que en principio no quería ir, pero fui yo quien me dejé convencer por Liam y Dan. Cuando volvimos de Tresco en el barco escolar hacía frío y mal tiempo. Lo único que quería era llegar a casa y acabar de leer mi libro sobre el rey Arturo. Cuando llegué, mi madre andaba por alguna parte de la granja. Cultivábamos verduras y hortalizas orgánicas (cebollas, calabacines, tomates, lechugas..., de todo) para vender a los visitantes, porque en Bryher recibíamos a muchos turistas, sobre todo en verano.