El domador de palabras
Mi padre era uno de los padres más pesados del mundo; se pasaba las horas lanzando sermones y monsergas, de espaldas a la realidad y encerrado en su pequeña torre de marfil. Lo digo con cariño. Quizá por eso no fue nunca un padre ejemplar. Por supuesto que tampoco yo fui nunca un hijo ejemplar. Dice mi madre que los artistas tienden a ser así, un poco egocéntricos y pedantes. Qué le vamos a hacer. Mi padre era guionista de cine y de televisión, aunque le habría gustados ser escritor a secas. Él siempre decía: «Nadie es perfecto». Con sus pequeños defectos, ahora que ha muerto, le echo mucho de menos y creo que le quiero más que nunca.