Endrina y el secreto del peregrino
–¡Adelante, Juan sin cuitas, atácalos! –gritaba Endrina, oculta apenas entre helechos y rocas.
Pero el perro saltaba y ladraba alegremente, sin entender el juego de su dueña.
Endrina tenía catorce años bien cumplidos y la niñez ya empezaba a marchar de su cuerpo; pero como el tiempo era demasiado largo en las empinadas laderas de los montes de Cisa, mientras cuidaba de sus vacas acortaba las horas entretejiendo emocionantes y solitarios juegos.
Alguna vez se había convertido en el Cid Campeador; otras, en el muy nombre conde Fernán González, o en Sancho Abarca, bravo rey de Navarra...