El tiempo en una maleta
Cuando llegaron a la plaza de Isabel II, vieron que el autocar estaba aparcado enfrente del Teatro Real. Federico, el dueño de la agencia, los saludó con una amplia sonrisa y les presentó a su sobrina Paloma, que desempeñaría la función de monitora. Entregaron el equipaje al conductor, que lo colocó en el maletero.
Daniel habló a Julia al oído:
–Este viaje promete ser divertido –dijo con ironía–. Todos los pasajeros tienen la edad de nuestros padres.
Justo en ese momento acababa de llegar un matrimonio con una chicha de la edad de los primos.
–No todos –lo corrigió Julia.