La gorra
Catalina no sabe si reír o llorar. Está muy contenta porque sale del hospital, pero también está triste porque deja en él a los buenos amigos que allí ha conocido: niñas y niños enfermos que no han tenido la suerte de ponerse bien tan pronto como ella. Y a las enfermeras, alguna de ellas tan joven y divertida que se peina con una cresta y tiene la cara llena de pecas, unas pecas que sin duda se pinta cada mañana porque nunca las tiene en el mismo sitio.