Las memorias de Sherlock Holmes
–Me temo, Watson, que voy a tener que marcharme– dijo Holmes una mañana cuando nos sentábamos a desayunar.
–¿Marcharse? ¿Dónde?
–A King’s Pyland, en Darmoor.
No me sorprendió. Ciertamente, lo único que me extrañaba era que aún no se hubiera visto mezclado en aquel caso extraordinario, único tema de conversación a lo largo y a lo ancho de Inglaterra. Durante un día entero mi amigo había deambulado por la habitación con la cabeza gacha y el ceño fruncido, cargando y recargando la pipa con el tabaco negro más fuerte, completamente sordo a cualquiera de mis preguntas o comentarios.