El farero Vázquez y sus dos ayudantes acaban de hacerse cargo, por tres meses, del faro de la isla de los Estados, un peñasco en la Tierra del Fuego argentina, en cuyos acantilados se suceden los naufragios. Al cabo de ese tiempo su barco, el Santa Fe, volverá para relevarles. Los fareros comprobarán enseguida que no están solos: la isla es el centro de operaciones de la banda del pirata Kongre, dedicada a desvalijar los barcos cuyos naufragios ellos mismos provocan. Vázquez y los suyos intentarán impedir que los forajidos abandonen la isla, a la espera del regreso del Santa Fe, y tendrán su mejor aliado en el mar, terrible y violento, que impondrá su ley. Publicada en 1905, año de la muerte de Verne, se trata de una de las pocas novelas del autor en las que no está presente "el viaje" como hilo conductor de la acción. Es, por el contrario, una novela de un solo escenario, protagonizada por el tiempo. Un tiempo que avanza inexorable, y que el autor utiliza como elemento de tensión para narrar el enfrentamiento de los fareros y los piratas apresados por el mar en la isla de los Estados. La lucha entre el bien y el mal, y contra los elementos –un mar encrespado y violento–, centra el argumento de esta historia de destinos trágicos, considerada por la crítica como una de las mejores obras de la última etapa de Verne.
El farero Vázquez y sus dos ayudantes acaban de hacerse cargo, por tres meses, del faro de la isla de los Estados, un peñasco en la Tierra del Fuego argentina, en cuyos acantilados se suceden los naufragios. Al cabo de ese tiempo su barco, el Santa Fe, volverá para relevarles. Los fareros comprobarán enseguida que no están solos: la isla es el centro de operaciones de la banda del pirata Kongre, dedicada a desvalijar los barcos cuyos naufragios ellos mismos provocan. Vázquez y los suyos intentarán impedir que... Seguir leyendo
El faro del fin del mundo
El sol estaba a punto de desaparecer tras las colinas que limitaban la vista hacia el oeste. El tiempo era magnífico. En la parte opuesta, por encima del mar donde el noroeste y el este confundíanse con el cielo, unas nubecillas reflejaban los últimos rayos del sol poniente, que no tardarían ya en desaparecer entre las sombras del crepúsculo, bastante duradero en el grado cincuenta y cinco del hemisferio austral.
Cuando ya sólo se divisaba un pequeño arco del disco solar, oyóse un cañonazo a bordo del aviso Santa Fe, mientras la bandera de la República Argentina, tremolando bajo la brisa, era izada en la botavara.