El tango del diablo
–Entonces, para la primera carga, salida y después ocho hacia delante. ¿Está lista?
–Sí, Grégoire.
–Pues vamos allá.
La guitarra resonó entre las paredes recargadas de grotescas esculturas de la sala de tenis transformada en salón de baile. Roberta Morgenstern se pegó a su compañero. Él, con el brazo estirado y su perfil aguileño, tenía la majestuosidad de un conquistador mostrando la tierra prometida.