Arturo y la ciudad prohibida
El sol desciende poco a poco sobre el horizonte para liberarnos del calor. Sabe que nadie podría soportar sus abrasadores rayos todo el día.
Alfred abre un ojo. Una ligera brisa acaba de indicarle que la temperatura es por fin tolerable. Se levanta despacio, estira las patas, abandona el rincón de sombra donde estaba y sale en busca de una zona de hierba fresca, donde poder marcar su territorio. Pretende elegir una esquina de la casa, pero hace ya mucho tiempo que esa zona está amarillenta.