Lirael. La guardiana de la memoria
Aquel verano hizo un calor muy húmedo y los mosquitos pululaban por todas partes tras abandonar las tierras donde se habían criado, en las orillas pobladas de juncos a los pies del monte Abet. Los pajarillos de ojos brillantes descendían en picado entre las nubes de insectos y comían hasta hartarse. Más arriba, las aves de presa volaban en círculos para devorar, a su vez, a los pajarillos.
Había un lugar cerca del lago Rojo donde no llegaban los mosquitos ni los pájaros, donde no crecía la hierba ni ningún ser vivo. Una colina baja a poco más de tres kilómetros de la orilla oriental. Un montículo de tierra y piedras compactadas, una zona inhóspita y extraña...