La selva borracha
Mientras el barco entraba en el puerto nosotros estábamos apoyados en la borda y contemplábamos el panorama de Buenos Aires que poco a poco se abría a nuestro alrededor. Los rascacielos se elevaban bajo un brillante cielo azul como estalagmitas multicolores y sus superficies estaban cubiertas de un millón de ventanas centelleantes. Seguíamos embelesados cuando el barco quedó amarrado a los muelles bordeados de árboles y los enormes edificios se cernieron sobre nosotros, dejando caer sus reflejos temblorosos, como de persiana veneciana, sobre el agua negra y ondulante.