Fabi, el gran extremo derecho
El Vado Mágico centelleaba a la luz del sol de la tarde de invierno. Al otro lado, se extendían las tenebrosas cañadas del Bosque Salvaje, donde la nieve, que alcanzaba la altura de un hombre, apagaba el ruido y hacía que las ramas de las hayas se inclinasen hasta tocar el suelo.
El silencio era absoluto.
Las Fieras rodábamos por un sendero tortuoso que se abría camino entre rocas agrietadas. Por suerte, las bicicletas llevaban faros de moto y neumáticos traseros superanchos.