Cuentos de cinco minutos
Una tarde en que llovía y Tina estaba mirando caer el agua, con la cara pegada al cristal de la ventana, dijo de pronto.
–¡Mamá, yo quiero un unicornio!
–¡Hija, si ya te he dicho que no hay unicornios! Ni si quiera se sabe si alguna vez existieron –le contestó su madre.
Pero Tina no se convencía. Así que sin decirle nada a nadie, un día, ella sola, se fue a la pajarería.
En la pajarería vendían periquitos y canarios, gatos y perros, y a veces hasta monitos.
–¿Tiene un unicornio? –preguntó la niña.