Bichos raros
La brisa nocturna, cálida y densa, caía sobre la ciudad como un trapo de cocina mojado y sucio. Era muy tarde, bien pasada la medianoche, y no se oía más que el monótono canto de los grillos y el ulular de alguna lechuza. Junto al río, dos sombras bailaban sobre el tejado de un puente cubierto. Agitando los brazos y la piernas para mantener el equilibrio sobre la pendiente, formaban siluetas en constante movimiento que se recortaban sobre el cielo nocturno.
–¡Cuidado, hermana, que me lo estás echando todo encima!