La que baila con las estrellas
Las estrellas estuvieron bailando toda la noche, pero la comadrona no se detuvo en ningún momento a mirarlas.
La cabeza morena y húmeda del bebé había empezado a empujar y forcejear para abrirse paso en al mundo. Cuando la criatura estuvo fuera, la comadrona le cortó el cordón umbilical, le lavó el cuerpo –de extremidades diminutas y temblorosas– y lo envolvió en una toquilla de lana. Tomó en brazos aquel fardo que berreaba sin parar, fue hasta la puerta de la cabaña y lo alzó para que viese los destellos de las estrellas en la oscuridad.
–Mira –dijo–. Brillan por ti, mi chiquitina, para darte la bienvenida al mundo.