Tobi Lolness I. La huida de Tobi
Tobi medía un milímetro y medio, lo cual no era mucho para su edad. Tan sólo las puntas de sus pies sobresalían por el hueco del tronco. No se movía. La noche había caído sobre él como un cubo de agua.
Miraba el cielo perlado de estrellas. No había noche más oscura o más resplandeciente que la que se extendía como lagunas entre las enormes hojas rojizas.
Cuando la luna no está, las estrellas danzan. Eso es lo que se decía. También se repetía: «Si hay un cielo en el paraíso, es menos profundo, menos conmovedor, sí, menos conmovedor...»
Tobi dejaba que todo aquello lo relajara. Tumbado, con la cabeza apoyada sobre el musgo, notaba el frío de las lágrimas...