Menguante
Menguante, la zona soleada de la habitación se iba retirando hacia la pared donde se encontraba el armario. En unos minutos esos rayos que se colaban por la ventana, que se suavizaban al atravesar los visillos o que se fragmentaban en mil cuadrículas si la persiana estaba bajada, abandonarían definitivamente su cuarto hasta el día siguiente. Ya formaban un triángulo escaleno, con los lados exageradamente alargados. Más bien parecían un cuchillo de luz, un cuchillo que se iría afilando poco a poco hasta convertirse en un filamento y, por último, desaparecer.