La venganza de los museilines
Hacía rato que Charo trataba de salir del desconcierto que la atrapaba. No era el estado soporífero del despertar; era algo distinto: un estado confuso que la mantenía abotargada y encogida mientras luchaba por retener alguna de las veloces imágenes que se proyectaban en su mente. Ni siquiera podía abrir los ojos. Y le sorprendió sentir de pronto un fuerte dolor de cabeza acompañado de una desagradable sensación de angustia y frío.
También notó la boca pastosa, y un fuerte olor a oveja le impregnó la nariz. En medio de un inquietante silencio, lo único audible era su respiración. La contuvo, y entonces oyó el leve soplar del viento.