Y se hizo la abeja
En el centro de la tierra había un demonio que, a tientas, buscaba gemas y metales preciosos en la oscuridad de las cuevas. Era jorobado y tenía los brazos nudosos. Las orejas le caían sobre los hombros como un manto arrugado y lo protegían contra las piedritas que se desprenden de las bóvedas subterráneas. El demonio tenía un solo ojo: una llama que alimentaba con oro y plata para que no se apagara.